No puedo dormir

No puedo.
Las noches no me alcanzan para calcular lo satisfecha que estoy con mis decisiones, para avergonzarme de anécdotas que de todas maneras ya no importan, para tuitear, para leer, para idear cómo acomodar a los invitados de mi boda, para pensar en mi papá, para enumerar los pendientes del día siguiente y del próximo año, para ver porno, para ir al baño y, además, para dormir.
A lo mejor si la noche durara unas 15 horas y el resto del día, unas 20 más, me daría tiempo para todo. Pero no, y ya qué.
No sabría identificar exactamente a partir de cuándo me pasa así. Sé que no es desde siempre. Quizá en el último año y las razones son variadas. En el fondo creo que las sé.
Como sea, aunque logre dormir, lo hago mal. No descanso. Me levanto con la espalda hecha mierda, seguramente por la mala postura que tengo cuando el sueño por fin me noquea. Siento como si sólo hubiera parpadeado, cuando en realidad transcurrieron unas cuatro horas y mis ojos se sienten retacados de arena. Es feo.
Ah, sí, y pobre Anuar porque soporta mis pies helados, la luz del teléfono a media noche y mis tristes intentos por platicar con él cuando todo amodorrado me pide que al menos haga el intento de cerrar los ojos y quedarme quieta.
Hace unas semanas meses mi mamá me regaló un frasco con un surtido rico de ansiolíticos, pero me da miedo clavarme y sólo un par de veces he tomado medias pastillitas.
Híjole. Ojalá dormir no fuera tan importante. Así, a la mañana siguiente, estaría conforme con las tres o cuatro horas que tuve de sueño, seguiría fresca en la tarde y no me sentiría como en este momento, distraía y ansiosa.
Pfff.
Para mí que es sólo una etapa. En unos días es mi cumpleaños. Cuento con que al amanecer, ya de 29, mis angustias se hayan pasado y esté lista para una nueva crisis o como se le llame a esto. Ya sé que no va a ocurrir así, pero a poco no es bonito soñar.
Corita hoy estoy en las mismas y encontrar tus comentarios me hace recordar que el insomnio es de familia y es desesperante buscar los brazos de morfeo sin resultado y estar apaleada al día siguiente y ver que no hay fórmula para evitarlo y conciliar el sueño; la cabeza sigue girando pensando en el recuento de la vida.
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