Jugar a tener la razón

Seguro repruebo Química, seguro ese vato nomás quería coger, seguro no me voy a quedar en la UNAM, seguro esta dieta no va a funcionar, seguro todo será un desastre.
Ése es mi juego: apostar a tener la razón.
Según yo, esperar lo peor es, de hecho, lo mejor. Tiene mucho sentido. Si la cosa sale bien, pues ya está: todo perfecto; y si la cosa resulta mal, al menos tuve razón. Al menos eso.
Es una especie de “ganar-ganar”. Así es como funciono desde que puedo recordar.
Pero, ¿saben qué? El juego se ha salido de control y digamos que las apuestas son cada vez mayores.
Ya no solo se trata de “seguro ya no hay boletos para esa función».
Estamos hablando de “seguro no me van a contratar” porque “seguro dije algo mal” porque “seguro soy un fraude” porque “seguro lo mío ha sido solo suerte” porque, porque, porque, porque…
Y ya no quiero jugar. Estoy cansada.
Dicen que los pesimistas son optimistas bien informados. Yo digo que sí, pero además padecemos ansiedad.
¿Será la edad? no, no creo es una forma de ser que acabas de describir(me) en tan pocas líneas, a mi tampoco me está gustando ese juego ya.
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Definitivamente es una forma de ser de casi todos, me incluyo. Siempre calculo el peor escenario posible, supongo es una forma de defensa y al mismo tiempo autosabotaje.
Ya se me ha quitado un tanto eso gracias a la terapia.
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