Creo que ya me morí
Es que tiene que ser eso. De seguro ya estoy muerta y no me he dado cuenta y todos ustedes son como el niño de Sexto Sentido porque me ven (y me están leyendo) a pesar de que ya fallecí.
¿Que por qué lo digo?
Porque no hay que ser tan listo como para leer las señales. He detectado cinco síntomas que claramente indican que yo ya no pertenezco a este mundo o que una parte de mí ya se echó a perder o que algo está mal conmigo.
Les voy a explicar. Hice una lista y todo.
La primera es que detesto los conciertos. No sé identificar bien a partir de cuándo o por qué, pero ni aunque me invitaran iría a Coachella o a cualquier evento parecido.
Me caga la música a volúmenes altos, las multitudes me agobian, la logística es un lío, me sangran los codos al pagar los boletos. No gozo.
Luego está la playa. No me gusta la playa, me gusta verla en fotos, el concepto me relaja, tengo algunos buenos recuerdos, pero estar ahí me hace sufrir más que reír.
Hace mucho calor, el viento me despeina, el mar me da miedo, la arena me pica, me veo bien gacha y está llena de pájaros que me asustan. Se come bien, eso sí. Pero no lo vale. Hay muchos restaurantes que me ahorran el trauma de pararme en la playa. Perdón.
La tercera señal son los gatos. Son tan populares en internet que, sí, seguro como ya estoy muerta no logro apreciar sus rasguños, las mordidas que algunos acostumbran, los rarísimos ruidos que hacen y lo convenencieros que creo que son.
También están las porras. Me dan una pena infinita las porras. Me incomodan más que un brasier con la varilla salida. Esos cantos que la mayoría entona con orgullo o para dar ánimos, a mí me invitan a cavar un hoyo a toda velocidad, enterrarme bajo la tierra y salir cuando el numerito haya terminado. Nunca he podido «echar» una goya (¿o es un goya?). Ja. Incluso escribir «echar una goya» me causa una vergüenza tremenda. ChiquitibunalaminbonWAT.
Por último están los organilleros, esos que se paran en las calles a girar la manija del, pues, organillo y hacen un escándalo insufrible. Pinches organilleros. La mayoría de las máquinas están fregadísimas y las melodías resultan todas desentonadas.
Yo veo que a la gente le maman, pero yo, como ya me morí, los odio.
¿Amargada? No, yo diría finada, fallecida, podrida. Es la única explicación.
Recen por mí.
Entonces también morí.
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Chócalas.
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A mí me causan escozor las personas que cantan cuando estoy comiendo. En verdad, me estresan. ¿Estoy mal?
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Me pasa igual, no sé si son ellos (los que cantan) o nosotras.
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A mi me da nostalgia por todas las cosas que mencionas. Alguna vez fueron mi hit, pero ahora solo me gustan como anécdota. Tranquila. Ahora vendrán otras que seguro disfrutaremos, y que después dejaremos para volvernos a quejar dentro de 10 años.
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Exactamente eso me pasa. Excepto con las porras, que siempre me han incomodado.
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